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Perfil sobre Eduardo Cardozo, actor de Teatro Físico

Publicado en la revista del Club Regatas

1. EMPEZAR A MOVERSE

Cuando Eduardo Cardozo cumplió quince años, le regalaron un libro que nunca leyó. Su título habría disuadido a muchos adolescentes de abrirlo: La Ingeniería. Llevaba una dedicatoria escrita por su papá, pero Eduardo no quería ser ni ingeniero, ni administrador, ni médico. Él prefería el circo, la pintura, la danza. Así que cuando escogió su carrera, llegó a un consenso con sus padres: Comunicación Audiovisual. En la universidad sus boletas de pago llegaban siempre con recarga. Sin avisarles a sus padres, el joven que no quería ser ingeniero se había matriculado en un taller de circo.

Cuando Fernando Castro era niño, su papá no quería que baile. En una entrevista a un portal web, recordó: «Un día mi padre me vio bailar y me dijo: “Así no bailan los hombres”». Cualquier rastro de censura se esfumó cuando se independizó a los 17 años. Cuatro años más tarde, comenzó a estudiar Teatro.

Cuando Diego Cabello era pequeño, imitaba la postura y los gestos de sus familiares: se comunicaba con su cuerpo. Fernando y Diego dieron el primer paso al fundar en el 2013 la Compañía de Teatro Físico; y, en el 2015, Eduardo se convirtió en el tercer y —hasta ahora— último socio de la agrupación.

Los tres habían leído sobre el teatro físico y la pedagogía del francés Jacques Lecoq. En aquellas lecturas, sus ojos brillaron: era la oportunidad para fusionar la acrobacia del circo, el humor del clown y el movimiento del cuerpo en una obra de teatro. Sería un montaje sin palabras. La primera idea no se planeó en una reunión, en un café o en una comida, sino en un vehículo. Diego manejaba y Fernando iba de copiloto; ambos recordaron una infancia en el imaginario común: dos hermanos pequeños que se pelean en la parte posterior de un auto, mientras el padre o la madre intentan que estén quietos para poder conducir. En este recuerdo se basaría la primera escena. La obra se llamaría Los Regalos y se estrenaría el 28 de agosto del 2015.

2. OLVIDAR LA PALABRA

Jacques Lecoq, uno de los grandes teóricos del teatro físico, dijo alguna vez que el teatro no se puede quedar estancado, sino que debe renovarse constantemente. El teatro físico surgió como una alternativa al convencional, como una opción donde el movimiento del cuerpo es el gran protagonista, y las palabras, las grandes ausentes.

Eduardo, Diego y Fernando le brindaron una oportunidad a esa alternativa. Durante un año, pensaron la historia y los elementos que utilizarían: música, clown, acrobacia y máscaras sobre los rostros de los tres personajes. En esta etapa, surgió la pregunta que Los Regalos quería responder: ¿Cómo afecta el machismo a una familia compuesta solo por varones? La respuesta la tendría el público al ver el comportamiento de los personajes: un padre (Miquel de la Rocha), su hijo mayor (Eduardo) y su hijo menor (Diego). Fernando era el director. Duró ocho meses el ensayo de la puesta en escena, en sesiones de cuatro horas. El reto era lograr que el público entendiera los sentimientos y emociones de personajes mudos y con el rostro enmascarado.

«Cada movimiento corporal y cada gesto tienen un significado. Por eso uno puede subirse a un micro e identificar qué personas pueden ser peligrosas. Esta lectura la hacemos de manera inconsciente», dice Fernando.

En el teatro físico, los actores tienen que ser conscientes del significado de cada movimiento. Solo así sus cuerpos transmitirán la emoción que el rostro cubierto por una máscara no puede. Durante más de treinta segundos, el público observa cómo Eduardo y Diego saltan, ruedan, se levantan, caen y vuelven a levantarse, porque en ese momento de la obra son dos hermanos que se pelean por agarrar el regalo del padre: un único par de zapatos. Estos movimientos justificados, que ayudan a contar una historia, que no suceden por azar, han sido denominados por Lecoq como acrobacia dramática.

3. EL CLOWN Y EL MACHISMO

Diego y Fernando no han parado de reír en toda la entrevista. Si hablamos de teatro, esas carcajadas desbordantes, donde las emociones priman, serían generadas por la comedia del arte. Pero el clown es un humor sutil: es la búsqueda del lado irrisorio de uno mismo para exponerlo ante el público. Cuando se fusiona con el melodrama, se produce un coctel donde el espectador ríe por momentos, y, en otros, una lágrima se desliza por su cara.

En Los Regalos, el clown está presente: dos pequeños hermanos que, después de haber peleado todo el día, duermen juntos en la misma cama porque no soportan el frío de la noche; un hombre que siente celos de su hermano menor porque quiere toda la atención del padre; y, pasados los años, el mismo padre, ya anciano y cojeando, que aún no se olvida de regañar a su hijo si no reza antes de comer. Este humor sutil también revela el machismo implícito que dificulta que los varones de una familia expresen corporalmente cariño y afecto mutuo.

El espectador observa a un padre que ha gastado sus ahorros para comprarle zapatos a su hijo, pero que, al momento de entregarle el obsequio, es incapaz de abrazarlo o mostrar externamente el amor que siente por él; o el momento de la despedida entre dos hermanos que, a pesar de que no se verán en mucho tiempo, termina con un frío apretón de manos.

«El teatro físico me permitió recuperar un cuerpo que en algún momento me hicieron olvidar. Cuando era niño, tenía cierta restricción sobre qué deportes podía practicar y cuáles no», confiesa Eduardo. «El arte tiene una función social y siento que, después de muchos años, lo que hago cumple esa función. La obra busca revalorar cómo podría ser una sociedad sin machismo», dice Fernando.

Eduardo acaba de llegar a la casa donde la Compañía de Teatro Físico dicta talleres, y saluda a Fernando y a Diego con un beso en la mejilla. Si Los Regalos muestra cómo el machismo afecta el comportamiento de los varones de una familia, la vida que decidieron llevar Fernando, Eduardo y Diego es una que ha vencido esos prejuicios.

4. LAS MÁSCARAS NEUTRAS

La primera vez que los miembros de la Compañía de Teatro Físico ensayaron con máscaras —hechas de látex con fibra de vidrio— que les cubrían toda la cabeza menos los ojos, sintieron que les faltaba la respiración. Terminaron con los ojos hinchados. Para la obra utilizaron máscaras neutras, sin un gesto particular. Acerca de estas, Jacques Lecoq escribió: «Y para aquellos que, en la vida, están en conflicto consigo mismos, con su propio cuerpo, la máscara neutra les ayuda a encontrar un punto de apoyo donde respirar libremente».

Detrás de la máscara, Eduardo se detiene a observar a los asistentes. Debe reconocer a quienes lo ponen nervioso antes de que comience la obra. Necesita la preparación psicológica para actuar frente a ellas, ya que verlas de manera repentina durante la presentación podría desconcentrarlo. Dos de esas personas son sus padres. «Cuando miro a alguien a los ojos por mucho tiempo, me río. Pero sentí ganas de llorar cuando vinieron mis padres a verme. Significaba mucho», admite Eduardo.

Después de cierta resistencia y temor, sus padres decidieron apoyarlo en sus proyectos de circo, danza y teatro: el joven que no quería ser ingeniero terminó Comunicación Audiovisual y luego partió a Bélgica para estudiar un año en la Escuela de Circo de Bruselas. Pero aquella vez que sus padres fueron a ver Los Regalos, la máscara no solo ocultó su risa al ver a alguien en el público, sino también sus ganas de llorar. Lecoq afirma que, sin presenciar la obra, puede saber cuán bien han actuado los actores al ver su rostro cuando se despojan de la máscara.

Al final de la función, Eduardo se quitará la máscara y escuchará los aplausos del público con la seguridad de quien, por fin, ya no tiene nada que ocultar.